“Nothing gold can stay” — nada que brilla puede quedarse para siempre. Esta frase de The Outsiders, basada en el poema de Robert Frost, nos recuerda una verdad universal: todo lo que es hermoso, perfecto o valioso tiene un final. Esta fragilidad no debe ser motivo de tristeza, ya que es lo que hace que cada momento brille con más intensidad. Incluso los dioses griegos, inmortales y eternos, envidiaban a los humanos por una razón: nuestra mortalidad. Ser efímeros nos permite experimentar la vida con urgencia, con pasión. Los dioses, al ser inmortales, no podían apreciar el valor de un instante, de un logro o de un encuentro, porque no conocían la posibilidad de perderlo.
Es fácil querer aferrarse a lo bueno: un éxito profesional, una etapa feliz, un proyecto que nos apasiona, o la presencia de un ser querido. Pero cuando entendemos que nada dura para siempre, aprendemos a celebrar lo vivido en lugar de lamentar que haya terminado. Las relaciones y los momentos son especiales precisamente porque son finitos; su fragilidad nos invita a valorarlos, a estar presentes y a vivirlos con intensidad. Cada ciclo, cada compañía y cada instante tiene un propósito, y su fin no disminuye su valor: nos recuerda que lo efímero es lo que hace todo más bello.
En la vida y el trabajo, hay que dar lo mejor de nosotros. Esta lección es fundamental también en el ámbito profesional. Cada oportunidad —cada proyecto, cada idea, cada equipo— tiene un ciclo natural. La duración de estos momentos puede ser breve, pero el impacto de nuestro esfuerzo puede ser duradero. Aquí es donde se revela nuestro deber: dar el 100%, no porque algo dure para siempre, sino porque precisamente no lo hará. La belleza está en saber que una etapa termina, pero el tiempo que le dedicamos sí importa.
Hay que adaptarse y construir en lo efímero. El mundo del desarrollo de software y la tecnología refleja muy bien esta filosofía. Los proyectos tienen plazos, las herramientas evolucionan y las soluciones que hoy son innovadoras mañana se transforman. Nada es permanente, pero ahí radica su grandeza. En nuestra experiencia en staff augmentation y desarrollo de software, vemos equipos que se forman para un objetivo específico y que, cuando el proyecto concluye, dejan atrás no solo resultados tangibles, sino también conocimientos, conexiones y cambios positivos. Es un recordatorio de que la impermanencia no resta valor, sino que lo potencia.
Aceptar que todo es pasajero nos libera de la tristeza de los finales. Cuando algo bueno termina, no es un fracaso ni una pérdida: es la prueba de que se vivió. Lo efímero nos da la oportunidad de valorar más lo que tenemos, de construir algo significativo y de saber cuándo es momento de cerrar un ciclo con gratitud.
Como los dioses griegos envidiaban la capacidad humana de encontrar belleza en nuestra mortalidad, nosotros también podemos aprender a celebrar lo vivido, porque cada experiencia —buena o mala— nos deja algo valioso.
Y así como nos recuerda The Outsiders:
“Nothing gold can stay”
Es verdad que nada dura para siempre. Pero mientras dure, pongamos todo de nosotros para que brille con fuerza.