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Del análisis a la acción: decidir bien sin saberlo todo

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Jose C. Heymans

| February 24, 2025

Tomar decisiones sin tener toda la información es prácticamente el día a día de cualquier líder. En un mundo ideal, siempre tendríamos todos los datos sobre la mesa, perfectamente organizados y listos para guiarnos hacia la mejor opción. Pero la realidad es otra: a veces hay que decidir con piezas sueltas del rompecabezas, confiando en que el panorama se aclarará después. ¿Cómo hacerlo sin volverse loco ni paralizarse en el intento?


Lo primero que hay que aceptar es que la incertidumbre es inevitable. Como dice Jeff Bezos, “Si esperas al 90% de la información para tomar una decisión, probablemente ya sea demasiado tarde”. Así que la clave no está en eliminar la incertidumbre, sino en aprender a navegarla. Conducir de noche no es imposible solo porque no puedes ver más allá de los faros. Tomas decisiones en función de lo que alcanzas a ver, confiando en que el camino se irá revelando a medida que avanzas.

Tomar decisiones sin toda la información no significa aventarse al vacío con los ojos cerrados. No se trata de adivinar ni de confiar ciegamente en la suerte, sino de desarrollar una especie de “radar” para detectar cuándo es suficiente con lo que tienes. A veces, esperar el 100% de certeza solo te deja atrapado en un ciclo de análisis infinito. Y al final, no decidir también es una decisión (y casi nunca es la mejor).

Una estrategia útil es preguntarte: ¿qué es lo peor que podría pasar si me equivoco? No en plan catástrofe existencial, sino con realismo. Si la peor consecuencia es manejable, probablemente no necesitas más información para avanzar. Pero si el riesgo es alto, entonces vale la pena hacer una pausa y buscar más datos antes de dar el siguiente paso. No es cuestión de ser impulsivo, sino de saber medir el nivel de riesgo que puedes asumir en cada momento.

Además, hay que aceptar que no todas las decisiones tienen que ser definitivas. Muchas veces, lo mejor que puedes hacer es tomar una decisión rápida, evaluar el impacto y corregir el rumbo si es necesario. Porque al final, la clave no es solo tomar buenas decisiones, sino tener la agilidad para ajustarlas cuando haga falta.

Tomar decisiones con información incompleta es un arte. No se trata de esperar a que todo encaje perfectamente (porque rara vez sucede), ni de actuar sin pensar. Es encontrar ese punto medio donde tienes lo suficiente para avanzar sin quedar atrapado en el análisis eterno.

Muchas veces, nuestro cerebro ya tiene más respuestas de las que creemos. No es magia, es simplemente la capacidad de reconocer patrones después de años de resolver problemas, cometer errores y aprender de ellos. Cuando algo “se siente bien” o “no cuadra del todo”, generalmente hay razones detrás, aunque no siempre sean obvias. Ignorar esa voz interna puede ser tan riesgoso como tomar decisiones impulsivas.

Al final, la clave está en moverse con confianza dentro de la incertidumbre, como una COBRA en la arena. No necesita verlo todo para saber hacia dónde moverse; detecta vibraciones, se adapta al terreno y ataca con precisión cuando es necesario. Tomar decisiones funciona igual: no siempre tendrás el panorama completo, pero sí suficientes señales para avanzar. Lo importante es no quedarse inmóvil esperando la certeza absoluta, porque en la mayoría de los casos, moverse con agilidad y ajustar el rumbo en el camino es mejor que no moverse en absoluto.